Este era el título de la entrada que estaba escribiendo el viernes, propio día de mi cumpleaños. En ella os contaba mi estado de salud, que actualmente no es muy bueno, y también el por qué no es bueno. Comenzaba a ser largo y tan apático como últimamente estoy yo, así que dejé de escribir, en voz alta me dije «ya sigo por la tarde», y por lo bajini «otra entrada que no va ver la luz». Y a punto de ser verdad.
Era mi cumpleaños y como todos los años, durante todo el día, he ido recibiendo llamadas y mensajes de todas aquellas personas que te esperas y alguna que no te esperas. De tu familia, de tus amigas y amigos, de personas del corazón,… Y es verdad que me estaba animando, por lo menos los suficiente para celebrarlo con una sonrisa. Pero la cosa cambió a finales de la tarde. Tuve esa llamada que por nada te esperas. Mis amigas, esas que tardan en organizar una comida o cena un mes o más, han organizado una videollamada grupal (es verdad que no sé cuánto tardaría en ponerse de acuerdo) para cantarme el cumpleaños y felicitarme. Ni que decir tiene el chute de alegría que me han dado fué monumental. Son esas amigas que, todos y todas sabemos, que son las que siempre van a estar a tu lado aunque estén desperdigadas por todo el país, aunque pases años sin verlas, esas que son capaces de darte el chute de alegría justo en el peor momento, que te hacen llorar de alegría, y que se compichan con tu propio marido para mandarte los regalos. Son esas amigas que saben que hacer cuando tienes un momento apático.
MUCHAS GRACIAS CHICAS, HA SIDO DE LO MEJOR DE MI CUMPLEAÑOS, con permiso de la comida mexicana y la tarta de la abuela de mi suegra.
Un latido!
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