Durante este confinamiento hay una cosa que no hemos podido disfrutar; una de ellas, y la más importante es de nuestra caravana, de la «Cunchiña».
Solemos instalar la «Cunchiña» ya en semana santa, en un camping de Nigrán, un pueblo costero un poco más al sur de Vigo con una preciosa playa, Playa América. Luego la dejamos hasta junio, mes que solemos disfrutarla entero, o por lo menos todo lo que nuestros trabajos nos permita.
La caravana pasó a ser esa casita al lado de la playa. Para mí, y creo que también para mi marido, es la época más feliz del año. Cada vez que la tenemos que recoger el 30 de junio, comenzamos a realizar una cuenta atrás hasta la semana santa del siguiente año. Y no solo nos gusta a nosotros, Tyron disfruta de su vida campista, le encanta acostarse en el porche y cotillear a todas las personas que pasan por delante (en la foto lo podéis verificar), sobre todo de todas aquellas que se acercan a darle mimos y a juguetear con él. Hace unos años, se sumó mi suegra. La llevamos un año unos quince días medio a la fuerza, y ahora no hay año que falte. Le encanta, y se hizo hasta su pandillita allí.
Así que os podéis imaginar la tristeza que tenemos este año. La «Cunchiña» sigue guardada en el sótano oscuro de la casa de mi madre. Y nosotros acordándonos de ella, y de todas nuestras amistades del camping, algunos han ido y otros no. Yo no me he atrevido por razones obvias. La caravana no dispone de ducha, por lo cual habría que usar las duchas comunes. Sé que el camping tiene protocolos, pero si no me atrevo aún a salir de casa más que para lo obligatorio, usar duchas públicas no es precisamente una opción evaluable.
Para colmo, y como para hurgar en la herida, el caralibro (léase facebook), me recuerda todas esas fotos que voy colgando en las redes sociales de lo bien que me lo paso allí cocinando cosas ricas, o de lo agradable que es leer en la playa mientras oyes el sonido de las olas, o sientes en la cara la agradable brisa marina. Los agradables paseos que das en la orilla de la playa un día bueno, o por el paseo marítimo los días más nublados y fríos.
Junio, es el mes que revivo del hastío del invierno que tanto me afecta a mi salud. Como si fuese un gusano que salgo de mi crisálida y se convierte en mariposa para disfrutar el resto del verano y otoño (que dura bien poco en Galicia) con energía renovada.
Es verdad que he llevado muy bien el confinamiento, pero también he de decir que será un año raro, porque me faltará ese recargar pilas, seguiré el resto del año en modo «batería baja». Quizás me anime en septiembre a ir quince días a un bungalow, pero eso está por ver, porque la situación hay que mirarla semana tras semana.
Un latido!
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