Y llegó el segundo día, y también madrugamos. Lo que no os conté, es que el día anterior había llegado con un dolor de gemelos y pantorrillas tremebundo y, que al despertar, seguía teniendo dolor de gemelos, lo que creo que eran unas buenas agujetas. Me pasé todo el día, que cada vez que me levantaba de descansar, mis gemelos se rebelaban contra mí, pero me dio igual, el segundo día también dio para lo suyo.
Una vez que salimos que salimos del hotel, no lo pensamos dos veces y nos dirigimos al bar donde habíamos desayunado el día anterior, pero, oh! es domingo y estaba cerrado. Decidimos ir caminando a ver que encontrabamos por ahí. Casi todo estaba cerrado, hasta que llegamos a la Avenida de los Aliados. Allí había un lugar que se llamaba Low-cost.come, donde los bollos tenían muy buena pinta, y a mi con que me den un café con leche decente ya está. Es así como yo me pedí una supermagdalena (ahora les llaman muffins) de bizcocho normal y bizcocho de chocolate, un tipo marmol, y Fran se buscó un bollo relleno de chocolate como no. Bueno, deciros que lo que comimos mal no estaba, la magdalena me gustó mucho, pero lo que era la parte bebible del desayuno, un asco. Yo no me lo pude acabar, de cierto, me lo había llevado a la calle y acabé tirandolo. Fran se lo bebió todo, y le dió una mañana linda de malestar en la barriga.
Ya llenamos el depósito, o medio llenamos, nos fuimos a nuestro destino. Para este día teníamos reservado el crucero de los seis puentes por el Duero y un visita a una bodega, así que nos dirigimos hacia allá bajando por Largo dos Lóios y Rúa das Flores donde se encontraba la Igreja da Misericórdia. Una iglesia construida alrededor de 1550 y reconstruida 200 años después ya que se encontraba en un estado ruinoso. Personalmente, es la iglesia que más me ha gustado de Oporto.
Después de esa visita, bajamos paseando, ya que era muy temprano, por Rúa Mercadores hasta la Praça da Ribeira donde enfilamos la Cais da Ribeira para cruzar el puente Ponte de D. Luís I, ya que el barco salía de la parte de Vila Nova da Gaia. Cuando comenzamos a cruzar el puente, por su nivel inferior ya daba bastante respecto mirar hacia abajo, sobretodo cuando comenzaba la parte del río y más hacia el centro, no me quiero imaginar si decides cruzar por el nivel superior. Yo pasé casi sin mirar no vaya a ser, y casi ni fotos sacamos. Anotación, las acera son muy estrechas, las dos, y por las dos andan las personas en ambos sentidos, cuando no te adelanta una persona practicando el deporte de correr (que ahora lo llaman running, y en mis tiempos niños footing). En conclusión, hay que ir en fila india, y yo pegadita a la barandilla, de la barandilla no me despega nadie.
Una vez superado el puente, comenzamos a caminar por Avenida Diogo Leite y posteriormente Avenida Ramos Pintos. Tene un paseo preparado y bonito donde la gente aprovecha para correr (porque había un monton de personas y grupos), pasear, pasear a los chuchos (como eche de menos a mi chuchito), y si tal, ir parando en las bodegas a tomarse un oporto. Nuestro barco se cogía en una pasarela que estaba casi enfrente del Mercado da Ribeira da Gaia. Y ese día enfrente de dicho mercado había una concentración de motos.
Me enamoré de una Harley Davison color granate. Tenía todo tipo de detalles, no le faltaba ni en el pedal una calavera con dos tibias tipo pirata. Con su cuero todo repujadito y tachonado, era, era, lo más bonito que vi en mi vida. Me pasé mirandola mucho tiempo, tanto que Fran pensó que igual lo dejaba si aparecía el dueño.
Aproveché que había el mercado para ir a los aseos, es lo bueno que tienen los mercados, suelen tener aseos. Actualmente, este mercado no funciona como tal. Tiene un par de puestecitos, pero nada. Lo restauraron, como muchos otros mercados con lugares para tomar algo, tanto en bebida como en comida.
Llegó la hora de subir al barco que nos llevaría a la denominada «crucero das seis pontes». Los seis puentes por los que cruzas por debajo son: Ponte da Arrábida, Ponte D. Luís I, Ponte do Infante, Ponte de D. María Pia, Ponte de S. Joâo e Ponte do Freixo, cada uno de su tiempo e historia. Comentarvos que nuestra excursión no ha sido en el típico barco rabelo que antiguamente se usaban para el trasporte del vino, es más, nos cruzamos con alguno de esos e iban a más velocidad, como para disfrutar menos del paisaje. Nosotros fuimos en uno de esos que parecen un autobús flotante con parte cubierta y descubierta. La verdad es que podemos agradecer que ese día fuese soleado y el río estaba muy en calma, por lo que el pequeño viajecito ha sido buenísimo, a mi me encantó. Anotar que en ese había audioguía en seis idiomas, y que te explicaba muy bien lo que ibas viendo por ambas orillas, por lo que aprendía detalles de Oporto, de barrios que están más a las afueras, y de sus costumbres, etc. Yo recomiendo el crucero, por lo menos. Anotar también que había la típica persona que no paraba de hacer fotos con el móvil todo el tiempo, me siento, me levanto, aquí allí, me da igual si molesto, si no, si le jorobo la foto a alguien, si le quito la vista, etc.
Reservamos el crucero con la visita a una bodega el día anterior en una oficina de turismo por , un total de 14€ persona. Te daban dos bodega a elegir y nosotros nos decidimos por la Calém, que posteriormente nos enteramos que era una de las más antiguas, data de 1859. La visita es guiada y tienen en varios idiomas (portugués, inglés, francés y español). Comentar que nuestro guía era portugués a veces se trababa, y soltaba un palabro en portuñol, pero como yo soy gallega le entendía perfectamente. Nada más en la entrada, y mientras esperabas al turno de la visita que elegías, tenía un trocito de museo interactivo. No sé como describir todo lo que tenía para explicar lo que mostraba, pero había un «rollo» como si fuese un mapa en relieve del valle donde estaban los viñedos y proyectaban en el imgenes mientras en unas pequeñas pantallitas (en el idioma que elegías) te explicaban aspectos de la zona, de porque se daban ese tipo de viñedos y otras cosillas muy interesantes. También había una colunma de cristal rellena de las piedras y arenas y tierras por orden de profundidad para mostrar como es el terreno donde nacen las vides. Pero las dos cosas que más nos han gustado, es una mesa donde puedes oler aromas que caracterizan a los vinos (no los voy a decir aquí por si vais), que intentábamos adivinar de que eran. La conclusión que he sacado de la experiencia, es que soy una inepta olfativa. Realmente ya lo sabía, pero lo reconfirmé. La otra cosa era una superpantalla táctil donde pasaban fotos y si tocabas una salía un pequeño texto en el lateral donde te explicaba la foto los cuatro idiomas en que se maneja la bodega. Ese juguetito me gustó muchísimo, mi marido me dijo que parecía una niña pequeña con un juguete de reyes.
Comenzamos la visita a la bodega con un muchacho muy simpático. No voy a describir aquí la visita, solo comentar que tienen datos muy curiosos y una historia impresionante, pero si quereis saberla ya sabeis, una visita a Oporto y un visita a una «cave». A mi, personalmente, esta me gustó porque el muchacho se explicó muy bien y añadía historia y datos curiosos del «Vinho de Porto». La visita termianaba con una degustación de dos tipos de vino, uno blanco (blanco fino) y otro tinto (tinto reserva). Personalmente los vinos blancos no me suelen gustar, este no fué una excepción pero tenía una curiosidad. En este, el guía nos dijo que primero lo olieramos, luego le dieramos vueltas y lo volvieramos a oler, el olor cambiaba completamente. Si alguno sabe de vinos, esta anécdota le parecerá una enorme estupidez, pero para mí fue toda una curiosidad. El vinito tinto, me lo bebí todo, me gustó mucho más. El guía nos informaba de las cosas que eran buenas para acompañar el vino, ambos tenían en común el queso, así que le apunté que en la degustación faltaba el queso, una tapita de queso con eso venía de «gloria bendita».
Tanto crucero y tanta bodega, al final ya era tardísimo para comer. Como Fran quiso comer donde el día anterior, no nos quedaba otra que volver a cruzar el puente, así que nos dirigimos hacia allí ya con mucha hambre, pues creo recordar que ya eran las tres de la tarde. Pero, cuando estábamos llegando al puente vimos algo que nos gustó. Un señor sacando fotos, con una de esas cámaras antiguas y que te las revelan insitu. En ese momento estaba una pareja y se veían tan idóneos, y las fotos que tenía de muestra se veían tan bonitas. Así que, como podeis comprobar, no nos pudimos resisitir. Esperamos nuestro turno, elegimos sombreros, más bien los eligio el fotógrafo, nos colocó, midió, volvió a colocar, ahora quietos no se os ocurra movernos, foto espera de nuevo a que se revele, estais ideales. Yo reconozco que muy guapos no somos, pero me encanta la foto. La foto son 10€, por si le interesa a alguien, y los hierritos que salen al fondo son parte el Puente de D. Luís I.
Ya muertos de hambre, llegamos al Porto Escondido. Él comió lo mismo que el día anterior, pero yo cambié el bacalao por unos calamares, sin olvidarse de su ensaladita, patatitas y… arroz! Parece más típico español que portugués, pero comer bacalao de nuevo no me apetecía nada.
Y ahora, viene lo mejor de lo mejor para una persona como yo, con una saturación de base de menos del 80%, ir y subir a la famosa Torre dos Clérigos. Nos orientamos en el mapa, o intentamos y comenzamos a subir, por Rúa de S. Joâo desde donde reconocimos el mercado rojo que tanto me llamara la atención el día anterior. Callejeando de alguna forma llegamos a unas escaleras llamadas Escadarias y, según el mapa atajábamos para ir, y como ya no teníamos mucho tiempo me animé a subirlas. No son muchas la verdad, pero decir que lo peor no han sido las escaleras, lo peor viene después. La calle por donde hay que seguir subiendo, creo que la Rúa San Bento, es de una pendiente muy, pero que muy curiosa, vamos que tuve que ir haciendo paraditas. Claro que una vez que me pongo se me pone el alma en conseguirlo, pero con las paraditas y lo tarde que fuimos casi llegamos al lugar de destino anocheciendo.
Para subir a la torre hay que pagar su entradita. 4€ por ver las exposiciones que tienen, tanto eclesiásticas como alguna que tienen de objetos modernos, pero mientras ves eso, accedes a los diferentes niveles superiores de la iglesia donde se aprecia desde balaustradas, los techos y paredes superiores de la iglesia, es decir, donde aprecias desde más cerca todo el mármol, de los distintos tonos, en los que está decorada la iglesia, porque yo no he visto tanto mármol en mi vida, o creo recordar que nunca lo he visto. Luego subes a la famosa torre, la más alta de Oporto desde donde tendrás unas maravillosas vistas de la ciudad. Mi experiencia no ha sido muy buena. Claro que es normal, si eres una cagada como yo. Primero, prepararos para subir 200 peldaños por una escalera con tramos cortos y estrechos, algunos muy estrechos que no caben dos personas, y tener en cuenta que se sube y se baja por el mismo camino. Tenía que hacer paradas en algunos descansillos y pegarme bien a las paredes para que la gente me adelantase o bajase. Conforme vas subiendo en algunas alturas hay como ventanitas y ya vas intuyendo la altura. A menos de la mitad de camino, yo ya quería echarme atrás pero Fran me animaba a seguir (y el tiene más vertigo que yo). Seguimos subiendo, y el acojone (perdón por el término) en aumento. Los ánimos de Fran se iban convirtiendo en sutiles amenazas por si no subía, ya que yo insistí en que la subiría y el estaba haciendo el esfuerzo por mí. Casi cuando estabamos llegando al fin de la escalera, eran justo las seis de la tarde. Por si no los sabeis, esa torre, por lo menos en las horas en punto, emite una musiquita de campanitas que indica la hora en punto, por lo cual yo paré y me tuve que tapar los oídos para que no se me rompieran los tímpanos. Anotar que la musiquita no es precisamente corta, lo que yo aproveché para recupar aliento y coger muchos para el tramo final. Y si, llegamos a la cima, y estaba llenito de personas que casi no te podía asomar a ver la ciudad, cosa que yo, dicho sea de paso, tampoco intenté porque te das cuenta de lo alta que estás y te da a ver de lo insignificante que llegas a ser tú. Dimos a la torre, donde, si te paras, tiene sus explicaciones en las barandillas de los que ves lo cual por lo menos te enteras que estás observando. La bajada fue rápidísima en comparación con la subida. Dos recomendaciones para la visita, ir a primera hora de la tarde, por lo menos en invierno, para que no te pille la noche creo que se disfrutará más de la vistas. La otra, es que intenteis que no os dé una hora en punto subiendo la torre porque os podeis quedar un poquito sordos. Y, como siempre pongo algún datito histórico, decir que esta iglesia data de mediados del s. XVIII, que el interior tiene una sola nave en granito y mármol (doy fe del mármol, como antes dije) y que la torre mide hacia arriba 75 metros (y 200 escalones).
Cuando bajamos decidimos ir volviendo. Yo estaba muy cansada, porque aparte de las caminatas y las subidas hacia la Igreja de los Clérigos, llevaba arrastrando la agujetas del día anterior. Así que yo decidí ir directamente hacia el hotel (donde nos volvimos a desorientar un par de veces por el plano) y ni siquiera cenar, solo quería tumbarme en la cama y dormir, dormir y dormir.
Esto es todo de este viaje, espero no haberos aburrido mucho.
Un latido!
P.D.: La pulsera de actividad ha registrado 114%, todo un record.