Este fin de semana he asistido a la segunda quedada de personas adultas con cardiopatías congénitas. En lo que se dice asistencia, no fuimos much@s y eso que tengo que agradecer la ayuda que me ha echado una de las participantes, que al final, aunque la había convocado yo, ella ha sido la que casi se vuelve loca organizando a los poquitos que fuimos, al final sólo cinco. Desventaja, no conocimos nadie nuevo, y eso siempre gusta, por lo menos personalmente me gustaría conocer cada vez a más personas con las que compartir experiencias. La ventaja, que los cinco nos conocíamos, y que la mesa en la que se comió era más pequeñita y en «pequeñito comité» todos podemos hablar con todas y viceversa.
Pero comencemos por el principio. Después de darme un bajón a principios de semana debido a que la participación era muy pobre, gracias a la otra chica organizadora me fuí animando. Así que ya comencé a preparar el detalle de esta reunión. Unos corazones de hama beads que posteriormente pegué en unos palos de tipo helado-polo y le hice la inscripción por detrás con la intención de que fuesen marcapáginas. Eso me animó mucho más, quizás parezca una tontería, pero hacer manualidades, tejer o cocinar, me relaja y si es para los demás, me hace más feliz. Soy así de ñoña.
Se me pasó de toda la semana lenta, y llegó el momento. Como el pasado año, yo ya me fuí el viernes, y me volví en el domingo (cosas de vivir en una esquina del país). Ya comienzo a enrollarme, que me levanté y comencé a prepararme. A pesar de que incluso me había maquillado, terminé temprano. El tren me salía a la 15:12 y yo ya estaba leyendo en la cafetería de la estación con algo de comer y un agua a las 12:30. Eso entretiene, porque cuando me dí cuenta ya me vinieron a buscar para acompañarme al tren. Una vez acomodada, me planté la tableta para ver una serie y cogí la mantita de cuna que le estoy haciendo a mi prima la más chica (la que vi crecer y ahora va ser madre ¡comó pasa el tiempo!). Estaba como en el salón de mi casa, viendo la tele y dándole a las agujas. Llegué a Madrid en un plis-plas.
Antes de irme para el hotel, me pasé por el Rodilla que hay en la estación para coger la cena. A mi el Rodilla me pierde, y una vez que me planté en la habitación y me dispuse a cenar, que, por cierto, me moría de hambre, no sabía que elegir primero. Me los comí todos, pero siento deciros que no me acuerdo cual elegí primero finalmente. Dios, como siempre ¡cómo me estoy enrollando!
Llegó el día, y si, me fuí a poner morada en el sírvete tú mismo del hotel. Por no perder la costumbre del año anterior, desayuné dos veces. En la primera, me serví de todos los tipos de quesos que había en una de las bandejas, ¡el queso me vuelve loca!. La segunda me cogí unos dulces en plan postre.
Como el anterior año, en cuanto me puse un poco mona y me enfundé uno de los vestidos que me compré para la ocasión (hace muchos años que no me pongo vestido), me dirigí al metro para irme a Sol, y una vez allí, me dirigí al Oso y el Madroño, que parece ser que es el punto de encuentro ya. Me hice la autofoto que pienso instaurar como costumbre propia para estas ocasiones, y comencé a hacer tiempo paseando. Bueno, vale, me fuí al FNAC, que me encanta y tiene aseos (diuréticos). Allí ya nos juntamos los dos primeros, luego otro (los dos chicos). Nos dirigimos al restaurante, el mismo del año pasado que nos gustó mucho, donde nos encontraríamos con las dos chicas que faltaban.
Ya estábamos listos para comer. Como ya dije al principio, al ser solo cinco, nos sentamos tod@s junticos. Eso facilitó que pudiésemos participar en todas las conversaciones, aunque a veces aun nos hacíamos entre dos o tres un cara a cara, pero rápido la participación era más global. Creo que eso facilitó que hablásemos más de nosotr@s y de nuestras cardiopatías (también se habló de lo mundano, no recuerdo ninguna conversación sobre lo divino) sin cortapisas, con nuestras palabras, sin elegirlas, como a veces hacemos con nuestros familiares o conocidos, o incluso personal médico, Por lo menos en mi caso, cuando hablo con ciertas personas siempre adecuo más el tema o las palabras. No sé si es mejor o peor, pero existe una comodidad con los iguales que no lo tienes con los «no iguales» aunque te conozcan y sepa lo que tienes o lo que no tienes.
Después de comer en el mismo restaurante de hace un año y, releyendo la entrada que escribí de dicha ocasión: Quedada CC adultos 2018, me he fijado que de primer plato pedí lo mismo, un salmorejo, que fué el plato que en esta ocasión me pareció un poquitín salado. Así soy yo, siempre veo algo un poquitín salado, pero eso sí, las costillas estaban de muerte, y la piña sabía a piña. Cuando terminamos de comer, los menos abstemios nos atrevimos a tomar un mojito en la terraza, porque el fin de semana (a pesar de ser febrero) no pudo ser más primaveral. Posteriormente, acompañamos a una de las chicas que solo venía a comer durante dos horas que se convirtieron en cuatro y media, es lo que tiene la relatividad del tiempo. Luego fuimos a otro lugar donde al salir perdimos a uno de los muchachos. Era la hora de cenar, así los tres que quedábamos nos metimos en un sitio, donde pude pedir patatas bravas. Me gustan las de Madrid que pican de verdad verdadera, que por mi tierriña suelen hacerlas más suaves (perdonen si se ofenden). Pues vaya si picaban, creo que fueron de las más picantes que he probado en mi vida, pero que ricas, y las croquetas, tan caseras. Ummmmm…
Después de la cena, nos dejó la otra chica, y yo iba a seguir, pero al final decidí también irme para al hotel. ¿Sabeís por qué? Porque estaba perdiendo un zapato. Bueno, más bien la suela del mismo (teneis prueba del delito), y claro, no era plan de llegar al hotel descalza, así, con todo el pesar del mundo, me despedí del último participante (que casualmente fué con el que me encontré en el FNAC) que me acompañó hasta el metro y donde aún estuvimos un rato largo hablando.
No llegué al hotel tan tarde, pero cundió mucho el día. Y a pesar de al principio de la semana estaba un poco de bajón por ser muy poquita gente, no me arrepiento en absoluto de las horas de tren y del dinero invertido. Por que uno de los problemas de ir desde fuera de Madrid, es la inversión del tiempo y dinero, excusa que ponen algunas personas (y no estoy juzgando a nadie) para no participar, pero yo pienso, o en mi caso es así, que vale la pena. Vale la pena sentarse alrededor de una mesa con personas que comparten experiencias similares a las tuyas (o no), y que las comparten (o no), pero por la menos hacemos algo muy nuestro, compartir una comida, que suele convertirse en merienda y cena, todo muy de aquí. Y como dijimos los que fuimos, para la próxima, más y mejor.
Gracias a la chica que casi nos organizó todo, y al muchacho que reservó el restaurante.
¡Un latido!!
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