París (4ª parte): una tarde de emociones.

Retomemos el paseo parisino en el mismo punto. Cogimos el metro, línea 8. Lo tenía muy claro mi madre, se recordaba como si no pasasen 37 años desde que se volvió a Galicia. Cuatro paradas y bajar en Mongallet. Hacia la salida de Rue de Reuilly. Debí de subir un sinfín de peldaños en el metro porque en cuanto salí a la calle vi un banco les dije, «dos minutos, por favor». Desde el banco ya vimos la placa de la calle “Rue Montgallet”. Mi madre se iba a sentar en el banco, pero la impaciencia o la ilusión o todo a la par pudo con ella y dijo que iba a mirar. Se fue hasta la esquina se adentró un nada, y ya la vimos viniendo hacia el banco. “Xa vin o edifiso”, es decir, “Ya vi el edificio”. Pero la cosa no se queda en lo que dijo, sino en la cara que traía. Pocas veces (por no decir casi nunca) he visto a mi madre con esa plena felicidad tatuada en su cara. Eva me miró con cara de “¿esa es tu madre?”. Pues si era,  y eso que había visto el edificio. Me levanté del banco sin haberme recuperado de la subida del metro, pero ¿cómo hacerle esperar más a mi madre para ver el edificio donde ha sido inmensamente feliz durante doce años? Bueno vale, a mi también me hacía un montón de ilusión.

La última vez que yo estuve en París fue cuando yo tenía ya seis años, en navidad. Mis padres ya habían preparado el piso para vender. La moqueta que yo recordaba de color rojo vino, había pasado a ser un naranja oscuro y el papel que era de enormes flores en tonos que iban de amarillo apagado a ocres, pasó a ser un papel de fondo crema con manchas en forma de pequeñas rayas de color marrón. El resto estaba igual a como lo recordaba y lo recuerdo. A veces dudaba si lo recordaba por las fotos que teníamos en el, pero hay zonas que non salen en ninguna foto y las recuerdo perfectamente.

Cuando estábamos llegando a la esquina, le comenté a mi madre que el bajo comercial me parecía el mismo que había y ella me lo confirmó. Una boulanguerie (ase panadería/pastelería) pero ya se veía que llevaba muchísimos años cerrada. Llegamos a la puerta del portal que la habían cambiado, cosa lógica con el paso del tiempo, antes era verde y ahora es azul y ya tiene telefonillos, cosa lógica con la modernidad. Me preguntaba si le habrían llegado a poner un ascensor por el hueco de la escalera. Nos pusimos a sacar fotos e como si fuese la misma Torre Eiffel, o el Sagrado Corazón, o cualquier otro de las cosas importantísimas que se verían en París. Eva estaba encantada de hacernos fotos, porque rezumábamos felicidad por todos los poros de nuestra piel. También había allí un señor que nos miraba bien raro, jajaja.

Mi madre nos estaba contando, como había cambiado la calle, algunos edificios que han tirado para construir otros más modernos, que si aparcaba aquí o allá, que en la otra calle o a dos calles (no recuerdo bien) limpiaban un portal o una oficina, etc.

Pero la visita a la zona de los recuerdos no quedaba allí. Bajamos por la otra calle que hace esquina, Rue Ebelmen, y al final no encontraríamos con el parque al que mi padre me llevaba a jugar. Pero antes mi madre señaló otro bajo que también hacía esquina con la Rue Cité Moynet. Era un bar que también está cerrado. Entonces me vino una imagen, que yo creía de ese bar por los ventanales que tenía y se la comenté a mi madre. La imagen de que mi padre me llevaba a tomar un zumo, mientras él se tomaba algo (por “algo” entender que no me acuerdo lo que tomaba, no que era necesariamente una bebida espirituosa) y echaba un par de moneditas a la tragaperras que había al lado de una cristalera. Por eso tuve el recuerdo, recordé esas cristaleras. Mi madre me miró con una cara de te doy la razón, pero creo que lo de las moneditas y la tragaperras no le gustó mucho. Entonces contó la anécdota de que una vez que nevó en París y mi padre tenía el coche aparcado por allí no podía sacarlo, así que los señores que estaban en el bar le ayudaron a sacarlo.

Después del momento anécdotas del bar, nos fuimos al parque que se llama Square Saint-Éloi, nada era nada igual, ni por asomo. Yo recordaba un parque grande (ojo al tamaño de una niña de cuatro-cinco años con algo de retraso en el desarrollo), todo de arena, como si fuese una gran playa y dos toboganes, uno pequeñito y otro grande. Nada quedaba de eso. Entramos al parque ya tenía grandes árboles que hacían sombra a unos bancos, a los que yo vi como dioses del descanso. Al lado, había unas mesas de ping-pong, y luego separado por una verjita, un parque infantil con estas estructuras de madera y plástico que ya tienen el tobogán, escaleras, para escalar, etc. La verdad es que a mí los parque actuales me encantan, dan más juego que los de mi época, que solo subías las escaleras por un lado y bajabas por el otro. Pero si había algo de gran valor en el parque a esa hora, fueron los públicos, que estos la verdad estaban un poco sucios, y la fuente de agua. Tengo que reconocer que en sí el parque está mejor y es más bonito ahora, pero algo encogido se quedó mi corazón al no poder ver ni un atisbo del pasado en él, aunque fuese un cajoncito de arena.

Una vez descansamos un rato, pues la humedad hacía que el calor se fuese más pesado y a mi cada vez me costaba más seguir. Pero seguimos con otro ánimo. En mi madre y en mí (sobretodo ella que fueron doce años) y también en Eva porque era feliz compartiendo con nosotras nuestra felicidad (o la cara de bobaliconas, según se mire).

Comenzamos a caminar cruzando el parque detrás de nuestra guía turística particular. Se orientó entre edificios que se veían que eran nuevos, y nos iba contando que había aquí y allí. Había un colegio nuevo, y en una imagen relámpago me imaginé estudiando allí mis padres no hubieran tomado la decisión de volverse sino la de quedarse. Llegamos a la Rue de Reuilly, a la esquina de una gasolinera, que parece ser que mi padre usaba mucho, ya estaba orientada el todo y encaminó sus pasos al Boulevar Diderot que enfilamos hasta la Place de la Nation. Mientras caminábamos, mi madre seguió enfilando pequeñas anécdotas una tras otras, mientras recordaba pequeños detalles de los sitios por dónde caminábamos, estaba rebosante, parecía una botella de champán muy agitada, que cuando se le sacó el tapón salió disparado y después seguía borbotando espuma todo el tiempo. Así hasta que llegamos a la plaza.

La Place de la Nation, actualmente, es una gran glorieta donde desembocan once grandes vías de la ciudad y tiene una escultura en el centro titulada “El Triunfo de la República” de Jules Dalou. Su historia comienza en 1660 donde se instala un trono para la solemne llegada de Luís XIV, y toma el nombre de la Plaza del Trono. Con la Revolución Francesa en 1792, fue rebautizada con el nombre de Plaza del Trono Derribado, y se colocó una guillotina. Ni que decir tiene para que era la guillotina. Toma el nombre actual el 14 de julio de 1880 con ocasión de la fiesta nacional. En 1899 se inauguró la plaza como está actualmente, con la escultura que representa a la República sobre un carro tirado por dos leones y rodeada por diversas figuras alegóricas. Por cierto, no la pudimos ver bien, ya que era otra de los lugares vallados en obras.

De aquí cogimos un metro y nos dirigimos a la Place de la Republique. En el centro de la misma se encuentra una escultura dedicada a la República realizada por los hermanos Morice que ganaron el concurso convocado. La obra se compone de una estatua de Marianne, que personifica la Republica, en bronce y que alcanza los 9,50 metros, y que está sobre una base de piedra de 15 metros donde se encuentran las figuras alegóricas de la Liberté, Egalité et Farternité. Si sumamos, el monumento mide casi 25 de metros. Creo que con esta visita, ya nos habíamos recorrido todas las plazas emblemáticas que hay en París; Place de la Concorde, de la Bastille, de la Nation y de la Republique.

Tengo que reconocer que yo ya estaba bastante derrotada, el calor húmedo me hacía cada vez más mella y cada vez que veía un banco, hacía como mi perro cuando está cansado, señalárselo a las demás para que nos sentáramos a descansar. Pero mi madre tenía aún cuerda, así que tomó la decisión de coger la línea de metro 9 y realizar una última parada en las Galeries Lafayette.

Cuando las localizamos y entramos, me quedó claro que allí entraban más turistas que compradores. Dejo claro que comprar allí no es para mi poder adquisitivo y cualquier cosa nimia ya rozaba el concepto de capricho, eso si, no me extraña que la gente quiera visitarla. Estas galerías ya llaman la atención desde sus escaparates a pie de calle, y dicen que también su azotea de acceso libre y con vistas estupendas de la ciudad, dicen porque nosotras no hemos subido. Pero si entramos y nos quedamos boquiabiertas con el interior, que es circular y está repartido en varias plantas coronadas en el centro con una gran cúpula acristalada con muchísimos colores y en cada piso dan al centro unos balcones con barandillas modernistas con adornos florales. Ya en 1906, sus propietarios quisieron convertir el edificio central en una construcción innovadora por su belleza y distribución. Bien que han acertado, aquello era precioso.

Mi madre nos contó que aquello en navidad era impresionantemente bonito, de como ponían las calles. En ese momento recordé una imagen que tenía en la memoria, y era yo viendo un escaparate de juguetes, creo que una muñeca pero ya es mucho recordar, y las calles llenas de luces y grandes bolas de cristal de espejos, como la de las discotecas. Entonces me confirmó que era allí. No me extraña que me quedase con aquel recuerdo, ¡con lo que me gustan a mi las luces!

img_20180626_212452.jpgNos fuimos de las galerías a coger transportes públicos. Llegamos al apartamento muertas, o casi, pero a Eva y a mí aún nos quedaron ganas de disfrutar de la miniterracita contando todas las emociones de la tarde. La pulsera de actividad marcaba 206%, y no es y no era para menos, entre las caminatas y el sube y baja de escaleras del metro. Mis tenis estaban llenos del polvo del camino (como dirían los rocieros).

Hasta aquí el primer día de París, que dio para dos entradas. Como esto siga así, acabará siendo una novela por entregas. De todas formas espero que os guste.

Un latido!

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