He denominado «sueños rotos» a unas cuantas cosillas que quería realizar después de mi deseado y posible trasplante. A pasar este a ser imposible, algunas de esas cosas que pensaba realizar con la patata nueva se volvieron para mi «sueños rotos». Entre ellos, estaba volver a andar en bicicleta.
Los que me seguís por las redes sociales, sabéis ya que el jueves de la semana pasada por la noche pasó algo extraordinario para mi vida: he vuelto a andar en bicicleta, después de más de cinco años no pudiéndo hacerlo, porque ya desde las primeras pedaladas la fatiga que sentía era intensa. Mis bicicletas pasaron a acumular polvo.
Desde muy niña me gustaba andar en bicicleta. La primera bicicleta que recuerdo tener, era una que me trajeron mis padres de Francia. Era plegable, blanca, con detalles de lineas de colores alrededor de la marca «David». La compraron para mi, y no ha sido heredada de mi hermano mayor, como el triciclo. Mi primera bicicleta, tenía los ruedines, y claro te hacían andar muy lento. Con seis años, cuando mis padres vinieron de Francia ya definivivamente, mi padre le sacó los dichosos ruedines y me dijo que tenía que aprender a andar en bicicleta como los demás. Así que en un trocito de pista de tierra (con múltiples de piedras y gravilla) me sostenían la bici, me empujaban y así que me decían «ahora te suelto», ya echaba los pies al suelo y no seguía; el miedo me invadía. Hasta que en un gran momento comencé a pedalear y de pronto oí a lo lejos a mi padre, ya estás sola, y claro, miré hacia atrás y ¡pataplof!. Pero ya desde aquella, soy de las que piensa que si se hace una vez, se hace tres, así que al final, como toda hija de vecina, aprendí a andar sin ruedines. Desde aquel momento, ya cualquier disculpa era buena para andar en bicicleta. En la aldea, a cualquier sitio que ibas, ibas con bicicleta y ya de mayorcita iba a la playa en verano. Cuando ya pasé a vivir en Santiago, cuando los fines de semana iba para la aldea, no pensaba más que moverme en bicicleta. Las últimas veces que anduve en bicicleta (antes de que el fracaso de Fontan fuese más evidente) era cuando iba con mi novio, ahora marido, a recorrer un paseo marítimo de su ciudad, y ya me cansaba mucho.
Como ya os dije, dejé de andar cuando unas pedaladas en llano eran ya una odisea. Y andar en bicicleta pasó a ser uno de los sueños a realizar cuando tuviera una patata nueva, como los demás, esperando a tener ese posible corazón nuevo para poder llevarlos a cabo. Al ser imposible el trasplante, pasaron a romperse todas esas pequeñas cosas que quería realizar, volver a andar en bicicleta, también. Por eso, estoy esta semana llena de alegría inmensa. Me gustaría andar más de lo que puedo, pero no es por cansancio, es la maldita lluvia.
Un latido!
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